I.- El primer sueño
HacÃa tiempo de que la cuenta de los dÃas transcurridos se habÃa perdido. Mayra vivÃa sola desde los veintitrés y siempre se habÃa sentido bien de que asà fuera; salÃa recurrentemente, se reunÃa con algunos amigos e invitaba a uno que otro hombre a pasar la noche con ella, pero no le gustaba que nadie se quedara demasiado tiempo invadiendo su espacio. Disfrutaba de su solitud como una araña rinconera que sólo se mueve de su sitio para cazar. Eso empezó a cambiar poco a poco, después de los primeros meses en que el mundo le impidió a cualquiera la salida. El encierro y la soledad pueden trastornar a la gente de maneras impensables.
Después de fracasar meditando con playlists de Youtube para relajarse, cajas enteras de té de pasiflora y remedios pseudomilagrosos para descansar, consiguió por internet una pastilla azul con la que logró conciliar el sueño por primera vez en semanas. Siempre le habÃa costado trabajo dormir, desde que era una niña hasta que llegó Azul, su perrito. Cuando esa bola de pelos llegó a su vida a compartir con ella un espacio calientito en su cama, dejó de tener batallas contra el insomnio, pero cuando se mudó, el perro tuvo que quedarse en la casa de sus padres porque en casi ningún departamento cuya renta pudiera pagar aceptaba mascotas. Entonces Mayra se dio cuenta de que la única manera en la que lograba quedarse dormida era sintiendo el calor de otro ser vivo al lado suyo, escuchando su respiración y sus latidos, acariciándolo, intercambiando protección… Por eso invitaba a tantos chicos diferentes a pasar la noche: no querÃa que ninguno se volviera lo suficientemente frecuente como para ocupar un espacio comprometedor en su vida, pero tampoco querÃa que su cama estuviese sola y frÃa todas las noches. Llegó a acostarse con algunos de ellos, pero su objetivo principal siempre era el mismo; el sexo parecÃa un buen precio a pagar por la garantÃa de dormir plácidamente. Todo tenÃa su orden y su cauce, hasta que el mundo exterior cerró sus puertas y confinó a todos a su hogar. Lástima que el hogar de ella estuviese tan solo. Cuando Mayra se dio cuenta de que no habÃa remedio alguno para sopesar la falta de sueño, ni abrazando cojines ni con todo lo que intentó, decidió adquirir la pÃldora que lograrÃa hacerla descansar un poco.
Esa noche, cuando Mayra por fin dormÃa las primeras cuatro horas de corrido, escuchó algo que la hizo despertar: sonaba como un gato acicalándose a los pies de su cama. Se deshizo de las cobijas para asomarse, pero cuando miró bien, no era un gato lo que habÃa. Una mujer desnuda yacÃa en la orilla de su colchón, lamiéndose la entrepierna con su larga lengua. Los cabellos negros y largos le caÃan sobre la cara; sólo alcanzó a distinguir un par de ojos brillantes. Cuando la mujer-gato se dio cuenta de que la observaba, esbozó una sonrisa espeluznante, y empezó a acercarse. Avanzó a rastras lentamente, con sus manos de largos y puntiagudos dedos. A Mayra la invadió un miedo indescriptible que no la dejó moverse. La mujer siguió acercándose hasta quedar encima de ella, cara a cara. Su mirada felina y diabólica se clavó en la suya sin dejar de sonreÃr. La sometió tomando sus muñecas con las esqueléticas manos, usando todo el peso de su cuerpo necrótico. Sus cabellos incomprensibles le envolvieron el rostro, dejándola en una oscuridad aún más profunda, y sólo su lengua, su larga lengua escamada, se vislumbró como un destello, recorriendo su cuerpo desde la punta de los pies; sus ojos eran ahora los de una serpiente, y se llevaban todo el oxÃgeno alrededor mientras se clavaban en los suyos. El tentáculo de su boca llegaba cerca, más cerca de su rostro. Intentó girar sus muñecas desesperadamente para liberarse, sin quitarle los ojos a la quimera, pero no pudo hacer nada; el corazón le palpitaba como las entrañas de un corcel, entonces llegó a invadir su boca. La criatura introdujo su lengua hasta lo más profundo. Mayra pudo sentir las papilas del monstruo embarrándose en cada órgano, en cada esquina, hasta llegar a sus intestinos. Se detuvo ahà y los repasó metódicamente, y justo cuando tocó el punto sacro, enrolló su lengua de vuelta hasta tragársela en menos de un segundo. Sonrió. Luego desapareció en el instante siguiente. De un momento a otro, la muchacha quedó sola, con su respiración agitada y la oscuridad de su habitación.
II.- Reincidencia
Era algo confuso; lograba quedarse dormida, pero tenÃa sueños muy extraños al menos dos veces por semana, sueños pequeñÃsimos, como si fueran tomas cortas de una pelÃcula. Ella corriendo. Ella sangrando. Ella perdiendo partes de su cuerpo. Ella siendo todas las personas de su sueño. Después de la primera noche con la pastilla azul, se le hizo costumbre despertar agitada, pero al menos asà podÃa descansar un poco; quiso dejar de usar Valium para detener sus pesadillas, pero el resultado era el mismo: se la pasaba la noche entera tratando de pegar el ojo sin éxito. En aquella ocasión, el reloj marcaba aproximadamente las dos treinta de la madrugada cuando se desdobló de su cuerpo y se encontró a sà misma frente al espejo. Esta vez, era ella quien estaba desnuda. Su negra melena le cubrÃa los senos y su prominente nariz se alzaba orgullosamente, detallando su rostro. La chica del espejo inclinó un poco su cara y empezó a recorrer su propio cuerpo delicadamente, con ambas manos, hasta llegar al pubis. Se detuvo justo en las ingles y dibujó un triángulo alrededor del monte, usando sus dedos como marco. Se miró a sà misma como miraba a todos los que seducÃa y se puso en cuclillas con parsimonia, sin quitarse la mirada; sus propios ojos le inspiraron confianza. Entonces ahÃ, cerca del suelo, sacó su larga lengua hasta llegar a su entrepierna y comenzó a lamerse. Su corazón se aceleró y despertó de golpe. ¿Pero qué carajos habÃa sido eso? Otra vez… otra vez esa clase de sueño. La mujer gato de la primera vez habÃa sido entonces también ella, pero en la segunda ocasión, ya no se veÃa aterradora: se vio a sà misma tal y como era. ¿Qué querÃa decir eso? ¿HabrÃa quizás una parte de ella, inconsciente, que estaba empezando a entender de una manera distinta? Pero… ¿qué? Sólo supo una cosa: se sentÃa más ligera. Un miedo que no comprendÃa ni conocÃa la habÃa abandonado.
III.- Atrapada
Los dÃas siguientes se sintió más liviana por una razón que huÃa de su entendimiento, pero seguÃa habiendo algo que no terminaba de irse. Casi no escuchaba las noticias y hablaba poco con la gente de afuera; se sentÃa en paz consigo misma de una manera en la que nunca antes lo habÃa estado, pero no entendÃa bien su ensimismamiento ni la causa de haber perdido el interés por mantener el contacto literalmente con toda la gente que conocÃa.
Aquella tarde, Mayra abrió su laptop para tomar un curso en lÃnea sobre Interpretación de los sueños e irónicamente el sueño le ganó con libreta en mano. Despertó en su realidad onÃrica otra vez frente al espejo. Esta vez, traÃa puesta la misma ropa con la que se habÃa quedado dormida: pants negros, camiseta estampada y sudadera. Observó su casa desde el reflejo: se veÃa exactamente como siempre, con los mismos rayos amarillos que entraban por la ventana mientras tomaba el curso, con su pequeño ficus en maceta al lado del sofá. Se acercó a su propia imagen, puso sus manos contra las del reflejo y se disolvió con él, al otro lado del cristal.
AhÃ, en el otro mundo, su casa adquirió un aspecto surreal, gris, de penumbra. Inició su recorrido por la estancia mientras sólo se escuchaban sus pasos rompiendo el silencio. SabÃa que querÃa salir de ahÃ, pero algo la hacÃa quedarse; aun asÃ, avanzó hacia la puerta. Conforme se acercaba, empezó a escuchar leves susurros, que poco a poco se transformaron en lejanos sonidos angustiosos. Entonces se topó de frente con la salida, compuesta por dos puertecillas: una de ellas estaba completamente abierta, pero el lado contrario seguÃa cerrado. Los amplios cristales traslúcidos dejaron ver una silueta al otro lado de la mitad de la puerta, una silueta siniestra cuyas manos estaban pegadas al vidrio. Mayra se detuvo de golpe. Las voces angustiosas empezaron a subir de tono desde adentro de la casa, pero frente a ella estaba aquella silueta, inmóvil, acechando. No sabÃa qué hacer. SentÃa la urgencia de huir, ¡querÃa echarse a correr, abandonar la casa, huir al mundo exterior! ¿Pero cómo? Las voces se hacÃan más intensas y la silueta del vidrio movió la mano para saludarla. Quiso llorar mientras sentÃa sus extremidades calientes por la sangre que se habÃa agolpado en ellas para hacerla correr, pero no se movió. No supo si temerle más al monstruo que la observaba desde el exterior o a quedarse adentro, sin poder escapar. El mundo de afuera es abrumador. ¿DebÃa quedarse ahÃ, como siempre, con la angustia de un preso, o arriesgarse a morir para vivir? En un impulso, cruzó la puerta como una gacela. La silueta desapareció y el mundo externo se iluminó.
La libreta se cayó de las manos de Mayra y por fin abrió los ojos. Se sentó en el sofá un poco perturbada y le puso pausa al curso que habÃa seguido corriendo mientras ella escapaba en su mente. Se levantó y se detuvo frente al espejo: sÃ, ahà estaba ella. Posó sus manos contra el reflejo tal y como lo habÃa hecho en el sueño. No pasó nada. Suspiró. Se dio cuenta de que ella misma habÃa sido la que se habÃa dejado atrapada en su propia soledad todo este tiempo; sólo tenÃa que moverse. Dejó caer sus brazos, mientras esbozaba una tÃmida sonrisa.
IV.- Oblivion
Los dÃas siguientes transcurrieron con más suavidad que antes. Mayra no lo notó, pero habÃa dejado de usar Valium. También habÃa empezado a buscar a sus amigos y a su familia, y a interesarse de nuevo un poco en lo que estaba pasando afuera. En las noticias habÃan empezado a decir que, muy pronto, todos podrÃan abandonar sus casas y la vida volverÃa a la normalidad. ParecÃa un alivio, aunque tampoco tenÃa prisa porque llegara el momento. Ese dÃa, disfrutó de su soledad como nunca lo habÃa hecho; reprodujo su playlist favorita en el estéreo y limpió hasta los rincones más abandonados de su casa, sembró nuevas plantas en su pequeño huerto, miró su serie favorita comiendo el delicioso festÃn que se habÃa preparado para ella misma cuidadosamente, acabó la pintura que llevaba en pausa más de un año y se fue a la cama después de hablar por teléfono durante horas con su mejor amiga.
Se encontró de pronto con uno de los chicos que le gustaban, una amiga y varias personas desconocidas. Todos estaban angustiados pero resignados a la situación: el mundo y absolutamente todo lo conocido iba a desaparecer. El fin llegarÃa por el mar; todos estaban enterados y comenzaban a prepararse para la desaparición del planeta como lo conocÃan. No quedarÃa absolutamente nada; ningún ser, ninguna partÃcula viva que pudiese retener en su ADN una pizca de lo que una vez existió: serÃa el oblivion supremo.
La gente se habÃa empezado a reunir en pequeños grupos para despedirse a sà mismos y a todo lo demás. Los que habÃan podido, se acumularon en las costas para ver la muerte cara a cara, con sus propios ojos. En el grupo de Mayra, habÃa tres jóvenes, un hombre de mediana edad, una señora mayor y una pequeña niña. Mientras preparaban la barca en la que se adentrarÃan al mar, platicaban de lo bueno que habÃa sido existir, de todo lo que les habÃa provocado alegrÃa, amor, de lo que alguna vez los inspiró. La tranquilidad habÃa empezado a ganar terreno, pero en la mente de Mayra, pensar en lo poco que la niña habÃa alcanzado a experimentar de la vida le creó una vaga resistencia, que se esfumó con el aviso de que ya todo estaba listo. Empezaron a subirse con las mochilas y bolsas que comúnmente usaban para ir a la calle, y la embarcación salió de la costa. Remaron para acercarse a una plataforma en medio del océano desde la que podrÃan ver el último espectáculo, y conforme se iban acercando, el miedo finalmente los empezó a invadir un poco: abandonen toda esperanza. Todo iba a acabar, no quedarÃa un alma que pudiera recordar siquiera que habÃan existido.
Al arribar a la plataforma, se dieron cuenta de lo inútiles que eran las mochilas; decidieron soltarlas en el agua y dejar que desaparecieran en las entrañas de la nada lÃquida. Subieron a aquel piso de madera casi surreal y se acomodaron. De un segundo a otro, el cielo se iluminó de un naranja-amarillo intenso, todas las nubes se recorrieron en un instante, como si fuesen marea, y lo supieron: el final habÃa comenzado. El mar retrocedió kilómetros y kilómetros, no quedó nada bajo sus pies que los sostuviera y empezaron a caer al vacÃo inmenso. Sólo hubo terror. Mientras caÃa, Mayra clavó su mirada en aquel luminoso cielo y sólo pudo repetir una cosa en su mente, una y otra vez: ¡gracias! ¡Gracias! No querÃa desaparecer asÃ, con rencor o miedo; querÃa decirle al universo que el simple hecho de haber existido en su forma la hacÃa feliz. Siguió cayendo, hasta que se sumergió de lleno en las profundidades del mar.
Observó cómo todo el cuerpo de agua la cubrÃa y la llevaba más al fondo. Entonces se dio cuenta: ¡seguÃa viva! ¿Pero por qué…? No podÃa ser… Pero ¿cómo? ¡No podÃa haber sobrevivido! No debÃa… Lo mejor que podÃa hacer era dejarse morir, permitir que el agua la ahogase, dormir para siempre de una vez por todas, al igual que el resto del mundo… pero tenÃa que haber una razón para que siguiera viva. Afuera ya no habÃa nada, no sabÃa qué se encontrarÃa, ¡estarÃa ella sola en un planeta completamente desierto! - Bueno… -pensó. -Si no hay nada más, aún puedo matarme cuando salga. Y entonces, como una ráfaga, la fe volvió: una parte de ella la hizo esforzarse por subir, con su último hálito de vida. Sintió su propia fortaleza perforar cada capa de sal y agua, cada rayo iluminando su camino, la presión del océano esfumándose, hasta que, por fin, logró romper la superficie. Miró a su alrededor: todo estaba destruido, el cielo era gris, pero aún habÃa una costa al frente. Entonces se dio cuenta de que más personas estaban emergiendo del mar, al igual que ella. ¡No estaba sola! ¡No habÃa acabado todo, estaban aquÃ! Las personas nadaron hasta la orilla y comenzaron a juntarse; ninguna podÃa creerlo. Observaron el nuevo horizonte que habÃa delante de ellos y se dieron cuenta de que, en efecto, todo habÃa cambiado. TendrÃan que adaptarse a condiciones diferentes que irÃan descubriendo, deberÃan recrear la realidad desde cero… pero estaban vivos. Algo o alguien habÃa querido darles a unos cuántos una segunda oportunidad. Era el comienzo de un mundo nuevo, una nueva historia, la posibilidad de cambiarlo todo, de corregir el rumbo, de hacerlo bien esta vez…
V.- Perpetuo
Mayra despertó. Una sensación de profunda paz la invadÃa y la cubrÃa por completo. Algo etéreo le hizo saber que ya no habÃa nada que pudiera pararla; todo estarÃa bien ahora. ¿HabÃa sido un sueño? Lejos de ser una ensoñación aterradora, habÃa tenido un efecto calmante: una plenitud misericordiosa se esparció por cada uno de sus vasos sanguÃneos. El mundo entero, consciente de un final inminente… Los habÃa visto abrazarse a la poca vida simultánea que les quedaba, agradecer la existencia y enfrentarse temerosamente, pero con decisión a aquella vacuidad, como si todas las especies sobre la Tierra hubiesen comprendido finalmente de qué va el ciclo de la existencia en este universo flotante. Se habÃa sentido tan real…
Después de caer en un vacÃo que se sintió infinito y dejarse tragar por el mar, supo de cierto -porque lo sintió en las entrañas- que era una misma con todo, que nada nunca dejarÃa de existir realmente. Todo estaba destinado a la transformación, y tal vez era entrópico, cierto, pero era mejor que la oscuridad. Y a pesar de todos los pronósticos, ¡habÃa sobrevivido! En su mente y en este mundo. Ese sueño habÃa sido algo más… la apertura hacia una vida nueva. La esperanza llenó sus pulmones y esbozó la sonrisa más pura: ¡por fin habÃa acabado todo! Se paró de la cama con la energÃa de mil soles, tiró las cobijas y echó a correr hacia su puerta; estaba segura de que el exterior la aguardaba. Antes de salir, volvió presurosa por su mochila, abandonada durante incontables dÃas sobre la mesa, lista para la aventura. Pero cuando abrió, lo que halló al frente acabó con todo atisbo de luz: ahà afuera no habÃa nada.