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  • Foto del escritorPaola Iridee

Profundo





I.- El primer sueño


Hacía tiempo de que la cuenta de los días transcurridos se había perdido. Mayra vivía sola desde los veintitrés y siempre se había sentido bien de que así fuera; salía recurrentemente, se reunía con algunos amigos e invitaba a uno que otro hombre a pasar la noche con ella, pero no le gustaba que nadie se quedara demasiado tiempo invadiendo su espacio. Disfrutaba de su solitud como una araña rinconera que sólo se mueve de su sitio para cazar. Eso empezó a cambiar poco a poco, después de los primeros meses en que el mundo le impidió a cualquiera la salida. El encierro y la soledad pueden trastornar a la gente de maneras impensables.


Después de fracasar meditando con playlists de Youtube para relajarse, cajas enteras de té de pasiflora y remedios pseudomilagrosos para descansar, consiguió por internet una pastilla azul con la que logró conciliar el sueño por primera vez en semanas. Siempre le había costado trabajo dormir, desde que era una niña hasta que llegó Azul, su perrito. Cuando esa bola de pelos llegó a su vida a compartir con ella un espacio calientito en su cama, dejó de tener batallas contra el insomnio, pero cuando se mudó, el perro tuvo que quedarse en la casa de sus padres porque en casi ningún departamento cuya renta pudiera pagar aceptaba mascotas. Entonces Mayra se dio cuenta de que la única manera en la que lograba quedarse dormida era sintiendo el calor de otro ser vivo al lado suyo, escuchando su respiración y sus latidos, acariciándolo, intercambiando protección… Por eso invitaba a tantos chicos diferentes a pasar la noche: no quería que ninguno se volviera lo suficientemente frecuente como para ocupar un espacio comprometedor en su vida, pero tampoco quería que su cama estuviese sola y fría todas las noches. Llegó a acostarse con algunos de ellos, pero su objetivo principal siempre era el mismo; el sexo parecía un buen precio a pagar por la garantía de dormir plácidamente. Todo tenía su orden y su cauce, hasta que el mundo exterior cerró sus puertas y confinó a todos a su hogar. Lástima que el hogar de ella estuviese tan solo. Cuando Mayra se dio cuenta de que no había remedio alguno para sopesar la falta de sueño, ni abrazando cojines ni con todo lo que intentó, decidió adquirir la píldora que lograría hacerla descansar un poco.


Esa noche, cuando Mayra por fin dormía las primeras cuatro horas de corrido, escuchó algo que la hizo despertar: sonaba como un gato acicalándose a los pies de su cama. Se deshizo de las cobijas para asomarse, pero cuando miró bien, no era un gato lo que había. Una mujer desnuda yacía en la orilla de su colchón, lamiéndose la entrepierna con su larga lengua. Los cabellos negros y largos le caían sobre la cara; sólo alcanzó a distinguir un par de ojos brillantes. Cuando la mujer-gato se dio cuenta de que la observaba, esbozó una sonrisa espeluznante, y empezó a acercarse. Avanzó a rastras lentamente, con sus manos de largos y puntiagudos dedos. A Mayra la invadió un miedo indescriptible que no la dejó moverse. La mujer siguió acercándose hasta quedar encima de ella, cara a cara. Su mirada felina y diabólica se clavó en la suya sin dejar de sonreír. La sometió tomando sus muñecas con las esqueléticas manos, usando todo el peso de su cuerpo necrótico. Sus cabellos incomprensibles le envolvieron el rostro, dejándola en una oscuridad aún más profunda, y sólo su lengua, su larga lengua escamada, se vislumbró como un destello, recorriendo su cuerpo desde la punta de los pies; sus ojos eran ahora los de una serpiente, y se llevaban todo el oxígeno alrededor mientras se clavaban en los suyos. El tentáculo de su boca llegaba cerca, más cerca de su rostro. Intentó girar sus muñecas desesperadamente para liberarse, sin quitarle los ojos a la quimera, pero no pudo hacer nada; el corazón le palpitaba como las entrañas de un corcel, entonces llegó a invadir su boca. La criatura introdujo su lengua hasta lo más profundo. Mayra pudo sentir las papilas del monstruo embarrándose en cada órgano, en cada esquina, hasta llegar a sus intestinos. Se detuvo ahí y los repasó metódicamente, y justo cuando tocó el punto sacro, enrolló su lengua de vuelta hasta tragársela en menos de un segundo. Sonrió. Luego desapareció en el instante siguiente. De un momento a otro, la muchacha quedó sola, con su respiración agitada y la oscuridad de su habitación.


II.- Reincidencia


Era algo confuso; lograba quedarse dormida, pero tenía sueños muy extraños al menos dos veces por semana, sueños pequeñísimos, como si fueran tomas cortas de una película. Ella corriendo. Ella sangrando. Ella perdiendo partes de su cuerpo. Ella siendo todas las personas de su sueño. Después de la primera noche con la pastilla azul, se le hizo costumbre despertar agitada, pero al menos así podía descansar un poco; quiso dejar de usar Valium para detener sus pesadillas, pero el resultado era el mismo: se la pasaba la noche entera tratando de pegar el ojo sin éxito. En aquella ocasión, el reloj marcaba aproximadamente las dos treinta de la madrugada cuando se desdobló de su cuerpo y se encontró a sí misma frente al espejo. Esta vez, era ella quien estaba desnuda. Su negra melena le cubría los senos y su prominente nariz se alzaba orgullosamente, detallando su rostro. La chica del espejo inclinó un poco su cara y empezó a recorrer su propio cuerpo delicadamente, con ambas manos, hasta llegar al pubis. Se detuvo justo en las ingles y dibujó un triángulo alrededor del monte, usando sus dedos como marco. Se miró a sí misma como miraba a todos los que seducía y se puso en cuclillas con parsimonia, sin quitarse la mirada; sus propios ojos le inspiraron confianza. Entonces ahí, cerca del suelo, sacó su larga lengua hasta llegar a su entrepierna y comenzó a lamerse. Su corazón se aceleró y despertó de golpe. ¿Pero qué carajos había sido eso? Otra vez… otra vez esa clase de sueño. La mujer gato de la primera vez había sido entonces también ella, pero en la segunda ocasión, ya no se veía aterradora: se vio a sí misma tal y como era. ¿Qué quería decir eso? ¿Habría quizás una parte de ella, inconsciente, que estaba empezando a entender de una manera distinta? Pero… ¿qué? Sólo supo una cosa: se sentía más ligera. Un miedo que no comprendía ni conocía la había abandonado.


III.- Atrapada


Los días siguientes se sintió más liviana por una razón que huía de su entendimiento, pero seguía habiendo algo que no terminaba de irse. Casi no escuchaba las noticias y hablaba poco con la gente de afuera; se sentía en paz consigo misma de una manera en la que nunca antes lo había estado, pero no entendía bien su ensimismamiento ni la causa de haber perdido el interés por mantener el contacto literalmente con toda la gente que conocía.


Aquella tarde, Mayra abrió su laptop para tomar un curso en línea sobre Interpretación de los sueños e irónicamente el sueño le ganó con libreta en mano. Despertó en su realidad onírica otra vez frente al espejo. Esta vez, traía puesta la misma ropa con la que se había quedado dormida: pants negros, camiseta estampada y sudadera. Observó su casa desde el reflejo: se veía exactamente como siempre, con los mismos rayos amarillos que entraban por la ventana mientras tomaba el curso, con su pequeño ficus en maceta al lado del sofá. Se acercó a su propia imagen, puso sus manos contra las del reflejo y se disolvió con él, al otro lado del cristal.


Ahí, en el otro mundo, su casa adquirió un aspecto surreal, gris, de penumbra. Inició su recorrido por la estancia mientras sólo se escuchaban sus pasos rompiendo el silencio. Sabía que quería salir de ahí, pero algo la hacía quedarse; aun así, avanzó hacia la puerta. Conforme se acercaba, empezó a escuchar leves susurros, que poco a poco se transformaron en lejanos sonidos angustiosos. Entonces se topó de frente con la salida, compuesta por dos puertecillas: una de ellas estaba completamente abierta, pero el lado contrario seguía cerrado. Los amplios cristales traslúcidos dejaron ver una silueta al otro lado de la mitad de la puerta, una silueta siniestra cuyas manos estaban pegadas al vidrio. Mayra se detuvo de golpe. Las voces angustiosas empezaron a subir de tono desde adentro de la casa, pero frente a ella estaba aquella silueta, inmóvil, acechando. No sabía qué hacer. Sentía la urgencia de huir, ¡quería echarse a correr, abandonar la casa, huir al mundo exterior! ¿Pero cómo? Las voces se hacían más intensas y la silueta del vidrio movió la mano para saludarla. Quiso llorar mientras sentía sus extremidades calientes por la sangre que se había agolpado en ellas para hacerla correr, pero no se movió. No supo si temerle más al monstruo que la observaba desde el exterior o a quedarse adentro, sin poder escapar. El mundo de afuera es abrumador. ¿Debía quedarse ahí, como siempre, con la angustia de un preso, o arriesgarse a morir para vivir? En un impulso, cruzó la puerta como una gacela. La silueta desapareció y el mundo externo se iluminó.


La libreta se cayó de las manos de Mayra y por fin abrió los ojos. Se sentó en el sofá un poco perturbada y le puso pausa al curso que había seguido corriendo mientras ella escapaba en su mente. Se levantó y se detuvo frente al espejo: sí, ahí estaba ella. Posó sus manos contra el reflejo tal y como lo había hecho en el sueño. No pasó nada. Suspiró. Se dio cuenta de que ella misma había sido la que se había dejado atrapada en su propia soledad todo este tiempo; sólo tenía que moverse. Dejó caer sus brazos, mientras esbozaba una tímida sonrisa.



IV.- Oblivion


Los días siguientes transcurrieron con más suavidad que antes. Mayra no lo notó, pero había dejado de usar Valium. También había empezado a buscar a sus amigos y a su familia, y a interesarse de nuevo un poco en lo que estaba pasando afuera. En las noticias habían empezado a decir que, muy pronto, todos podrían abandonar sus casas y la vida volvería a la normalidad. Parecía un alivio, aunque tampoco tenía prisa porque llegara el momento. Ese día, disfrutó de su soledad como nunca lo había hecho; reprodujo su playlist favorita en el estéreo y limpió hasta los rincones más abandonados de su casa, sembró nuevas plantas en su pequeño huerto, miró su serie favorita comiendo el delicioso festín que se había preparado para ella misma cuidadosamente, acabó la pintura que llevaba en pausa más de un año y se fue a la cama después de hablar por teléfono durante horas con su mejor amiga.


Se encontró de pronto con uno de los chicos que le gustaban, una amiga y varias personas desconocidas. Todos estaban angustiados pero resignados a la situación: el mundo y absolutamente todo lo conocido iba a desaparecer. El fin llegaría por el mar; todos estaban enterados y comenzaban a prepararse para la desaparición del planeta como lo conocían. No quedaría absolutamente nada; ningún ser, ninguna partícula viva que pudiese retener en su ADN una pizca de lo que una vez existió: sería el oblivion supremo.


La gente se había empezado a reunir en pequeños grupos para despedirse a sí mismos y a todo lo demás. Los que habían podido, se acumularon en las costas para ver la muerte cara a cara, con sus propios ojos. En el grupo de Mayra, había tres jóvenes, un hombre de mediana edad, una señora mayor y una pequeña niña. Mientras preparaban la barca en la que se adentrarían al mar, platicaban de lo bueno que había sido existir, de todo lo que les había provocado alegría, amor, de lo que alguna vez los inspiró. La tranquilidad había empezado a ganar terreno, pero en la mente de Mayra, pensar en lo poco que la niña había alcanzado a experimentar de la vida le creó una vaga resistencia, que se esfumó con el aviso de que ya todo estaba listo. Empezaron a subirse con las mochilas y bolsas que comúnmente usaban para ir a la calle, y la embarcación salió de la costa. Remaron para acercarse a una plataforma en medio del océano desde la que podrían ver el último espectáculo, y conforme se iban acercando, el miedo finalmente los empezó a invadir un poco: abandonen toda esperanza. Todo iba a acabar, no quedaría un alma que pudiera recordar siquiera que habían existido.


Al arribar a la plataforma, se dieron cuenta de lo inútiles que eran las mochilas; decidieron soltarlas en el agua y dejar que desaparecieran en las entrañas de la nada líquida. Subieron a aquel piso de madera casi surreal y se acomodaron. De un segundo a otro, el cielo se iluminó de un naranja-amarillo intenso, todas las nubes se recorrieron en un instante, como si fuesen marea, y lo supieron: el final había comenzado. El mar retrocedió kilómetros y kilómetros, no quedó nada bajo sus pies que los sostuviera y empezaron a caer al vacío inmenso. Sólo hubo terror. Mientras caía, Mayra clavó su mirada en aquel luminoso cielo y sólo pudo repetir una cosa en su mente, una y otra vez: ¡gracias! ¡Gracias! No quería desaparecer así, con rencor o miedo; quería decirle al universo que el simple hecho de haber existido en su forma la hacía feliz. Siguió cayendo, hasta que se sumergió de lleno en las profundidades del mar.


Observó cómo todo el cuerpo de agua la cubría y la llevaba más al fondo. Entonces se dio cuenta: ¡seguía viva! ¿Pero por qué…? No podía ser… Pero ¿cómo? ¡No podía haber sobrevivido! No debía… Lo mejor que podía hacer era dejarse morir, permitir que el agua la ahogase, dormir para siempre de una vez por todas, al igual que el resto del mundo… pero tenía que haber una razón para que siguiera viva. Afuera ya no había nada, no sabía qué se encontraría, ¡estaría ella sola en un planeta completamente desierto! - Bueno… -pensó. -Si no hay nada más, aún puedo matarme cuando salga. Y entonces, como una ráfaga, la fe volvió: una parte de ella la hizo esforzarse por subir, con su último hálito de vida. Sintió su propia fortaleza perforar cada capa de sal y agua, cada rayo iluminando su camino, la presión del océano esfumándose, hasta que, por fin, logró romper la superficie. Miró a su alrededor: todo estaba destruido, el cielo era gris, pero aún había una costa al frente. Entonces se dio cuenta de que más personas estaban emergiendo del mar, al igual que ella. ¡No estaba sola! ¡No había acabado todo, estaban aquí! Las personas nadaron hasta la orilla y comenzaron a juntarse; ninguna podía creerlo. Observaron el nuevo horizonte que había delante de ellos y se dieron cuenta de que, en efecto, todo había cambiado. Tendrían que adaptarse a condiciones diferentes que irían descubriendo, deberían recrear la realidad desde cero… pero estaban vivos. Algo o alguien había querido darles a unos cuántos una segunda oportunidad. Era el comienzo de un mundo nuevo, una nueva historia, la posibilidad de cambiarlo todo, de corregir el rumbo, de hacerlo bien esta vez…



V.- Perpetuo


Mayra despertó. Una sensación de profunda paz la invadía y la cubría por completo. Algo etéreo le hizo saber que ya no había nada que pudiera pararla; todo estaría bien ahora. ¿Había sido un sueño? Lejos de ser una ensoñación aterradora, había tenido un efecto calmante: una plenitud misericordiosa se esparció por cada uno de sus vasos sanguíneos. El mundo entero, consciente de un final inminente… Los había visto abrazarse a la poca vida simultánea que les quedaba, agradecer la existencia y enfrentarse temerosamente, pero con decisión a aquella vacuidad, como si todas las especies sobre la Tierra hubiesen comprendido finalmente de qué va el ciclo de la existencia en este universo flotante. Se había sentido tan real…


Después de caer en un vacío que se sintió infinito y dejarse tragar por el mar, supo de cierto -porque lo sintió en las entrañas- que era una misma con todo, que nada nunca dejaría de existir realmente. Todo estaba destinado a la transformación, y tal vez era entrópico, cierto, pero era mejor que la oscuridad. Y a pesar de todos los pronósticos, ¡había sobrevivido! En su mente y en este mundo. Ese sueño había sido algo más… la apertura hacia una vida nueva. La esperanza llenó sus pulmones y esbozó la sonrisa más pura: ¡por fin había acabado todo! Se paró de la cama con la energía de mil soles, tiró las cobijas y echó a correr hacia su puerta; estaba segura de que el exterior la aguardaba. Antes de salir, volvió presurosa por su mochila, abandonada durante incontables días sobre la mesa, lista para la aventura. Pero cuando abrió, lo que halló al frente acabó con todo atisbo de luz: ahí afuera no había nada.

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