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Foto del escritorPaola Iridee

Not today, again

Durante todo este tiempo, no ha habido aún historia que me atrape, artificios lo suficientemente fuertes como para que yo vuelva a creer, como creía, en el poder de las palabras. Estos dones, suspendidos en el aire hace ya tiempo, me corroen por debajo del pellejo como cáncer al cuerpo, desesperados por manifestarse, por liberar su energía para multiplicarse fuera de mí. ¿Será que este sea un buen momento para empezar a escribir una historia? Bueno, quizás lo sea.




 

Aún recuérdome a mí misma transitando por las calles de la peripecia cotidiana, sintiéndome extranjera en mi propio cuerpo, en mi propia casa, dentro de mi propia familia. La identidad que tenía arraigada a las cosas de fuera me la han extirpado, y ya sólo me queda apenas, medio hecha girones, la fe que tengo en mí. Ya no recuerdo cómo sentía habitar mi propia carne, sentir la sangre corriendo por mis venas como hecha de fuego, instándome a vivir, gritándome: “¡no te rindas, la tienes ganada! Esta vida es tuya”. ¿Fue alguna vez mía mi vida? ¿Tuve alguna vez poder de decisión? A veces siento que estoy condenada a hacerme vivir yo misma un martirio, sin escucharme, sin exigirme en donde el alma me exige, haciéndome morir y matando el alma de poco cuando convierto todos mis días en un manto de pesadumbre, de esperar algo más todo el tiempo, de llenar mis horas de tareas “productivas” -no sin ser interesantes y sin haberles agarrado ya el gusto- que me colocarían en el mediano y mediocre estandarte de la adultez. ¿A dónde se fue la niña? Es curioso que en este lado del mundo se celebre el Día del Trabajo justo el día después del Día del Niño. ¿Es eso una broma cruel? ¿Será para recordarnos todo lo que fuimos y ya no podremos ser, por más que intentemos volver atrás? Puedo decir que mi infancia temprana no fue ni la más feliz ni la más oscura sino una mezcla de intermitencia, tibieza, mimos y también soledad fresca, sobre la que al menos podía trazar mis anhelos y soñar que, un día, la vida cambiaría drásticamente para mejor, para una más viva. Y ahora me veo sin ganas, decepcionada a veces y cansada de no lograr nada de aquello por lo que tanto tiempo he trabajado.

 




Me alejé de todos. De pronto ahora me veo al espejo y reconozco la epítome de la pérdida de uno mismo, con mis dedos tiesos que ya no producen fuego al tacto, que ya no encandilan almas sino que se regocijan sólo con acariciar el pelo de un niño o por servir de vehículo de la esperanza a personas que quieren cambiar. Aún no entiendo cómo yo misma, disponiendo de los suficientes medios, me he autoimpuesto una vida así: con la conciencia a medias, con un despertar roto que no termina de abrir los ojos. Ésta es la vida de una cierva que corre por los bosques del inconsciente, que menosprecia las faenas del día a día aunque ha aprendido a servirle a la necesidad y a la supervivencia con buena vista. ¿En dónde se quedaron los sueños? ¿A quién le importa que no tenga amigos o que, más bien, no sepa ya cómo conservarlos? Yo misma me he alejado de cuanto me ha hecho feliz y me he conformado con un manto cálido de seguridad y... Bueno, a todo esto, ¿a quién le importa mi vida? Me importan más las fantasías que ya no logro extirpar de mis adentros. ¿Cómo logro volver a creer en mí y en mis palabras, en el poder de la creatividad, en la habilidad casi mágica de crear mundos sólo con imaginarlos? Y entonces... ¿cuándo? Not today, my friend. Not today, again.

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