En este dolor hay más sal que en los mares.
Pueden quebrarme el puño los espacios vacÃos,
los temores hacia esta avalancha que es la vida,
que nos atraganta.
Ya empiezan a aparecer las moscas de entre mis escamas,
se comen mi carne vieja las larvas
y mi estadÃa la vuelven polvo.
Ya no vuelvo, ya no vuelo; me entierro.
Este pan de cada dÃa me seca la boca;
me escupe en la cara la abundancia con que vivo
y me quema las plantas, me adhiere al piso.
Soy un mar inmenso que se vierte en sus propios abismos.
Mi espalda no es lo suficientemente ancha para mis alas.
Escribo en grietas porque mi esperanza está partida
y ni siquiera puedo simular una herida para escapar de mÃ:
sé que yo puedo, pero no puedo ahora.
Es asà como se acaba la noche:
con la espera aún de que al dÃa siguiente se concrete algo
que suceda algo
-lo que sea-
que me salve de esta nada,
de esta pausa aturdida
de este desierto de vida.
Espero aún, con cada noche que esta vez sea un "ahora sÃ".
Ahora sà pasa algo.
Me lo pido, pero es como si fuese inmóvil.
Como si en mà no existiera más viento para mover mis velas.
Estoy estancada y
por ahora
este trazo es lo único que fluye:
un trazo inútil, cansado de verter desgana
palabras con una pizca del agua salada que me aqueja,
de un privilegio que me atrapa
y que de pronto escapa -grita-
como un intento de vivir.
¿Cómo es que mi colchón es mi desdicha?
He ahà el dilema que aún apunto a resolver.