Escapar…
Escapar ya no.
Correr sí.
Correr hasta que la voz flaquee,
hasta que debas tomar un respiro
hasta subir el empinado cerro
e inyectarte la calma que tanto buscaste.
Huir ya no.
Andar sí.
Andar con los colores bien puestos,
la mirada al frente
lo etéreo escurriéndote por la falda
diciéndote que donde debes estar es cualquier lado,
que no importa
que todos los lugares son tuyos
y tú eres de todos lados.
Abriste caminos,
conociste gente que te contó su historia
compartiste con nuevos locos las estrellas…
Miraste al infinito ya sin desgana
y reconectaste contigo
y te sentiste viva
y tocaste tu pecho y supiste que tu pulso y tú
estaban por fin de acuerdo:
que merece la pena despertarse.
Los días de prófugo se quedaron atrás.
Escapar ya no…
¿De qué? ¿Para qué?
Si lo tienes todo.
Amas lo que está contigo y ello te ama a ti.
Cuando plantas la cara a la tierra
desnuda, desde la ventana,
los abuelos te susurran al oído:
“ahora estás en casa: eres tú.
Son todos a los que llamas amigos,
los que son familia;
son los nopales y la hierba alta
el chapulín y el abejorro.
Ya no necesitas vagar sin ti.
¿Huir de qué? ¿Escapar de qué?
Los cerros te llaman.
Lo tienes todo.”
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