Yo no soy el ave fénix; soy el resultado de las sombras. Quiero decir, más bien, que soy ambas cosas. Unos retazos unidos con mordaza o a mordidas, por la fuerza, a mis costillas cansadas de proteger un órgano suicida. Soy también la basura que olvidé sacar y de la que crecen moscas, y el bendito libro que olvidé escribir. Soy el colmillo de la vida bien clavado, ese que se me quedó en el alma y no me deja. También un cuerno de venado blanco incrustado en el tórax, perforando la negrura del corazón.
"¿Que soy, sino mis historias?", dirían algunos. "¿Qué soy, sino mis vacíos?", diría yo. A veces soy los ecos de mí, de lo que habitaba antes y que ahora sólo puedo repetir; palabras de vez en cuando lúcidas por donde se me asoma la cordura de ser diferente, de ser caos y tormenta, de ser fuego despedido de la uña de un gigante, de ser loca. -¡Ah, la locura de ser yo! Sí: soy también los brotes de luz que salen disparados por la mañana.
Esta corteza rígida, este vidrio quebradizo, este plástico desgastado que ya no se puede reciclar, todos estos episodios de grandeza y de derrota, todos estos trastos sucios y rotos de tanto usar, todo eso ya está caduco; les espera la muerte. Esperan sólo su funeral. Va siendo la hora de despedir lo que ya no es, lo que ya no soy.
Necesitaba la despedida para romper las grietas. Un diente de león no es mala hierba, pero quiebra lo gris del asfalto con tal de ver el sol. Y yo no estoy dispuesta a morir en las sombras.
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