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Foto del escritorPaola Iridee

La hora de Hécate


No. No soy una santa. No estoy en un pedestal, sólo observando cómo se mueve el mundo ni estoy quieta, esperando a que llegue el tiempo perfecto, el tipo perfecto para acceder a mi carne. Tampoco soy lo que los decepcionados dicen cuando se dan cuenta de que soy una persona que hace lo que le nace con las personas que cree indicadas y no con los que lo piden; soy al menos un intento de libertad direccionada a los impulsos de los vientos del mundo.

He dormido con varios hombres a lo largo de mi vida, pero no he tenido sexo con todos ellos. A veces, el único placer que una busca es el de dormir plácidamente al lado de alguien que se interesa por ti. Así es como son las cosas: muchas veces, no se trata de calentura sino de calidez. No quieres que te toquen el sexo ni el trasero, ni que te digan “reina” sólo para que te dejes coger. No quieres que te pongan encima ni debajo, ni que te bajen el cielo, sino sólo saber que se interesan por ti. Sólo quieres sentir que te acarician la cara cuando estás medio dormida, cómo acomodan tu cabello para que no estorbe tu sueño o cómo vuelven a ponerte la cobija encima para que no te dé frío. Sólo quieres alguien que vele tus noches por ti, alguien dispuesto a desvelarse contigo cuando el dolor o la duda no te dejan dormir. Eso.

Con el paso de los hechos -más de los hechos que del tiempo- he llegado a la conclusión de que la intimidad verdadera va mucho más allá de los impulsos del cuerpo. Es cierto que muchas de esas verdaderas intimidades llegan en forma de tacto, pero hay tactos que se quedan en la piel-y-nervios, y otros que llegan al alma. De esos estoy hablando.

¿Te has puesto a pensar en lo fácil que sería encontrar a alguien realmente interesado en ti si siguieras durmiendo con cuanta gente quisieras, sólo cambiando un ingrediente de la fórmula: el sexo por el afecto? Te ahorrarías tiempo y bastante vacío. Lo único que tendrías que hacer sería quedarte despierta un poco más del tiempo que finges, y estar atenta para notar si te miran dormir. Suena fácil, ¿no? Pero te da miedo que se aburran de ti. Que se alejen después de que les negaste el sexo y no te vuelvan a buscar. Temes que “dejes de interesarles” porque no les diste “lo que necesitaban” y te olvidas por completo de dos cosas: que, a primera instancia, de todos modos, nadie se interesa por nadie, y que debes saber, antes que lo del otro, lo que necesitas tú.

Quizá sea tiempo para empezar a reflexionar un poco en lo que hacemos. Nosotras tenemos un gran poder entre las manos, además de una fantástica intuición, pero éste sigue siendo un mundo de hombres y por eso estamos acostumbrados a seguir la vida únicamente con dos herramientas: el impulso o la razón. La mente usurpa cada tanto los lugares en donde tendría que estar nuestro lado emocional, y el instinto acapara el huequito de la intuición. Estamos cegadas por nuestros caprichos inmediatos y no nos dejamos conocer realmente lo que nos falta. Estamos jodidas porque seguimos funcionando conforme a un sistema incompleto, mutilado, que no es ni por poco verdaderamente humano. Acatamos normas que no son las nuestras. Perdimos a la Hécate, diosa pagana de las mujeres con poder propio, la dejamos entre las sombras, en la tierra profunda. Ya viene siendo tiempo de sacarla del fango.

La hora de tomar las riendas de vuelta ya está llegando; no arrebatar, sino sólo tomar lo que nos corresponde, dentro y fuera. Hora de equilibrar un poco más este mundo, de elegir con quién y para qué compartimos la cama, y aventar la diamantina hacia arriba para que también nos toque, Somos magia, simplemente porque tenemos dentro de nosotras el poder de Saber, verdaderamente Saber lo que queremos, y cómo encontrarlo. Somos materia prima que se mueve, que se amolda como el agua y se abre paso como el fuego, esa tierra que decide si hacerse bosque, desierto o bahía. Pero para transformar este mundo compartido que apenas estamos recordando que nos pertenece -y que pertenecemos- primero hay que saber: la alquimia se inicia dentro.


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