Desecho. ¿Qué es un desecho? ¿Te has puesto a indagar en su etimología? Se parece a deshecho: lo que está hecho pedazos. Pero también se parece a sí mismo: que alguien o algo lo echó porque ya no le encontró utilidad. A pesar de esto, ¿significa entonces que no sirve? Quizá sólo significa que está des-compuesto, dividido en piezas para tomar las necesarias y construir algo nuevo con los elementos antiguos. ¿Qué acaso no nos gusta reciclar? Es un tema de moda, vamos: hay que ser coherentes.
Re-nova-ción. Hacer de lo viejo, algo nuevo otra vez. Mirar con ojos distintos lo que se ha dejado. En una realidad tan rota, necesitamos menos progreso y más gente uniendo retazos. Más de los que buscan tesoros en el fango y no tienen miedo a ensuciarse las manos para ayudar al otro a salir del hoyo. Más de los que juegan en las ruinas y ven en ellas la posibilidad de un nuevo mundo, emergido de entre todo lo que ya nadie quiso voltear a ver.
Deberíamos aprender a no fijarnos en las apariencias más que en los trasfondos, y en los deseos más que en las necesidades; deberíamos ser más libres para rescatar lo que nos parezca valioso y salvar todo lo que brilla de entre lo que a otros ya no les sirve, no tener miedo de levantar el ego herido y curarlo hasta convertirlo en conciencia, tender una mano a otra mano cuando sangra.
Deberíamos querer darlo todo: lo que haga falta. Pero no: tenemos pánico a que nos vean pepenando entre las sobras. Nos da miedo lo que puedan pensar, pero ¿quién dijo que es malo recoger lo que está tirado? A fin de cuentas, así funciona la vida, ¿no? transforma en algo más lo que otros pisan, y el despojo que uno deja cuando se va, lo convierte en flores. ¿Por qué nos empeñamos en querer todo nuevo, en empezar desde cero, en no tomar nada de lo ya aprendido, en no ver con ojos nuevos lo que se tiene? Renovar la fe cuando se rompe, remendar el corazón cuando se quiebra, recoger los pedazos de uno mismo cuando el mundo te tira.
Remendar retazos hasta coser una nueva tela: ¡eso es lo que deberíamos de empezar a hacer! Los recursos son limitados, pero no lo comprendemos. La ley antigua dice que nada desaparece nunca sino que sólo se transforma, pero si no aprendemos a hacerlo, no quedará alrededor nuestro más que basura; todo nuestro mundo lo será, y ya ni siquiera tendremos con qué soñar.
Desconocemos qué hacer incluso con la vida; mucho menos sabemos cómo. Pasamos nuestros días contando los minutos para salir de un lado y correr al otro, sacar lo viejo para abrirle paso a algo nuevo que nos hace ser cada vez más inútiles, y nos alejamos a pasos agigantados de la naturaleza que nos hizo ser. Ya no tenemos noción de lo que pasa dentro, mucho menos de lo de afuera, y cada rayo de sol que nos pega –tal vez logra escaparse de entre las persianas- se torna cada vez más irreal, adquiere un carácter sagrado, hasta intangible, porque ya casi no los vemos. ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué carajo estamos haciendo con la vida, que parece que ya no importa lo que hagamos con el tiempo, con nuestra mente, que ya no conocemos los valores que nos mueven, que los días se vuelven iguales, que todo se trata de simple supervivencia: llegar arrastrándose al fin de semana, a la llegada a casa, hasta la cama, y pensar, con la cabeza puesta sobre la almohada, que lo que queríamos hacer, ya lo haremos mañana. Damos por sentado todavía que habrá un mañana, pero si seguimos con este ritmo, en este camino sin conciencia, lo dejará de haber… ¡muy pronto, espero!
El día en que entendamos que lo de afuera no está a nuestra merced sino todo lo contrario, que somos un solo sistema alimentándose a sí mismo y que todo lo que lanzamos regresa, las cosas empezarán a ser diferentes. Mientras tanto, sigamos bailando. Es lo único que sabemos hacer cuando el mundo se está cayendo a pedazos.