Somos animales de engorda, alimento industrial de nosotros mismos, monedas en serie.
Nos autodeglutimos. Nos engullimos los unos a los otros y luego nos escupe la máquina para fertilizar el suelo: suelo del mundo en el que estamos como por casualidad, al que no pertenecemos ni en parte, sólo a la tierra que pisan los de arriba.
Somos experimento; gallinas de fábrica, cerdos nacidos para el matadero. Eso somos: bestia herida, animal mutilado, sin voz ni lengua…
Somos perros de pelea criados para matarnos uno a uno
- ojo por ojo-
¡Somos caníbales!
Ecos de los de arriba gritándonos lo que quieren oír:
que no hace falta que nos destruyan
que sabemos destruirnos solos
que no hay lucha que valga porque la propia ya es causa perdida.
Somos todo aquello que se pierde cada que alguien piensa que no vale nada.
Somos eso que condenamos a ser estúpido, inservible, espectral
y con cada insinuación de incoherencia, un hombre pasa a rata y corre;
somos aquello que el instinto quiso salvar en un frasco, y que por huir de lo exterior, empezó a pudrirse desde adentro.
Nos terminamos.
Nos sentimos sofocados ante el imperio de lo que se nos salió de las manos, y por eso asfixiamos al otro en busca de reconocimiento, de validez, ¡de espacio!
Destruimos al otro porque no existimos.
Nos destruimos sólo para ver si sabemos gritar.
Escupimos para saber que queda algo de vida, algo de materia prima en nuestro cuerpo;
le vomitamos al de al lado para ver si así nos podemos salvar…
pero no: todo sigue dentro.
Y sin embargo somos “Hombre” porque así lo dijo Dios,
aunque “hombre” no sea ya más que engrane, bufón;
pedazo de carbón para la máquina que nos tira a todos del cuello.
“El Hombre”, dicen: criatura maravillosa.
“El Hombre”: bestia quimérica.
Hombre porque estamos condenados a la muerte, al olvido, y porque no vale nada:
ni los aplausos, ni los gritos, ni la gloria del que pisotea a los otros.
Hombre porque nos construimos jaulas.
Hombre porque dijeron que se nace para la muerte, y en este mundo, nosotros no hacemos más que morir.
No sabemos hacer otra cosa.
Pero “hombre”… sí.
También “Hombre” porque quizá quede un atisbo de la palabra original,
porque quizá podemos cambiar,
porque puede que aun quede un futuro por construir
y también porque llegamos a un punto sin salida: la entropía.
Y a eso sólo se llega cuando quedan dos caminos:
evolucionar o morir.
Evolución: eso es lo que necesitamos,
así lo quiso la naturaleza:
somos sólo un eslabón cambiante;
un sistema que se complica a sí mismo hasta llegar a un punto caótico y se tenga que reconstituir en algo mejor.
“Hombre”, sí… porque todavía podemos mejorar
porque nos quedan ganas de vivir.
¿Escalar o morir?
Hombre, desecho o máquina: la tirada es nuestra.