Vacío
Un gato juega en la ventana. El hombre, sentado en la mesa,
espera el café. Con quietud, saca sus líneas, revisa sus micrófonos
y espera, espera…
El hombre espera a su víctima, que no es otro quién más que él
mismo, y entonces se da cuenta y se espanta: ¡Casi se apuñala
él solo por querer tomar lo amargo de la vida por su cuenta!
Seguramente la vida se rió. ¡Ja! Seguramente… ¿Cómo no iba
a dar gracia un hombre que espera mamar gotas de miel de su mundo
cuando desenvaina ante él la espada con que pretende matarle?
La vida se ríe.
Mientras tanto, el hombre aguarda; coloca sus micrófonos, listo para
el show, se pone galán, con gel en el cabello y un trajecito con corbata,
y empieza a grabar. Recuerda su existencia entera. Lee tal vez una línea
o dos. Quiere darle al café un sorbo, pero al primer intento, se le cae.
El gato, que jugaba a lamerse, se sigue lamiendo.
El hombre de los micrófonos apuñala al silencio y él se burla. El silencio
se mata a sí mismo. Al hombre de la espera lo mató consigo.
El rubio azotó el pobre bolígrafo sobre la hoja desahuciada y dejó la mano izquierda extendida hasta la punta de los dedos, sosteniendo un cigarrillo.
-…Saah… No puedo escribir. Es inútil.
-Ah, vamos, no es tan malo.
-No. Es en serio, no puedo. Ya no me sale nada; no se me ocurre nada de lo que pueda escribir. ¡Ah, que puta lástima! Habiendo tantas cosas…- El hombre del cigarro aplastado dio un suspiro y se aplastó contra la palma de su mano. Sus pelillos rubios volaron un poquito.
El hombre de pelo negro, a cambio, da un respingo y luego de la cara de susto, pone cara de enfado. Pasea entre sus dedos una colilla de cigarro naranja. Se irrita. Observa con el rabillo de los ojos ligeros al rubio histérico, y bufa una risita.
-Chaale…- dice; y lo dice como un bramido. Toma la colilla anaranjada del cigarro y la apaga en un cenicero de cristal ya manchado por muchas otras cenizas de cigarros milenarios. Este cigarro anaranjado, al ser apagado, se pregunta por el sentido de la vida, pero no lo encuentra y muere, igual que el personaje del hombre rubio.
-No me inspira nada, Acacio. ¡Llevo un maldito mes tratando de escribir una cuartilla! ¡¡¡Un maldito mes!!!
-Vale, vale… no me llames Acacio.
-Así te llamas- dice el rubio con indiferencia, con el cigarro recargado en su mano cuyo brazo está recargado a su vez en la mesa, que sostiene no sólo al brazo sino también a la cabeza del rubio, que está apoyada en la misma mano que el cigarro y que bla-bla-bláah. El de cabello oscuro exhala.
-¿Pero cómo quieres inspirarte igual si no haces nada?- contesta con serenidad.
-¿…Mmhhh…?- el rubio apenas hace un esfuerzo por salir del letargo que le acaba de llegar. –Mmmmbaah… Aunque haga algo; lo mismo da.
-¡Aaaay, qué letargo!- lanza como un lamento el de cabello negro azabache, mientras la sillita de oficina en la que está sentado da una vuelta de unos 400 grados. -¿Y por qué no escribes de nosotros?
-¡Deeeh! Porque me da pereza.
-¡¿Te da pereza hablar de ti mismo, maldito ególatra disimulado?! ¡Pero si es un buen tema, qué dices!
-¡¡¡No!!! ¡No, no! Y no escribiría de nada que tenga que ver conmigo porque tendría un final tan malo como éste. Y tú sabes lo mucho que aborrezco los finales malos…
Los hombres esfumaron el resto del tabaco; lo sacaron por la ventana. Lo miraron por última vez, cerraron la tapa pesada de un libro-techo y se dejaron consumir por él. Ni ellos ya supieron de ellos. Cuando la nueva versión de uno y otro abrió los ojos, el silencio ya había resucitado, y el tipo de las líneas seguía esperando.