Tengo un centinela triste;
está en mis ojos.
Él quisiera dejarme ver todo, pero no puede.
En cambio tiene
la triste tarea de ocultar mis despojos.
Él quisiera mostrarme el mundo, pero no debe.
Quisiera gritarme lo que está afuera,
pero tiene que hacer su tarea
-de verdugo, de ilusionista, de guardia-
Ocultarme la realidad y que nada quede.
¡Es tan triste mi centinela,
tan desdichado se mira!
que no bastan más las promesas
ni del Jefe la ira.
Entonces rompe el juramento
y me deja ver que me miras.
Por fin se rompe el encanto;
el hombre no es más mi centinela triste.
Se ha vuelto tu aliento, tu cara, tu arte.
Ya no cubre más a estos ojos grises.
Nos envuelve mi centinela ahora,
y en mi mente, nos vuelve una sola línea,
porque ya nada te opaca,
ya nada te veda.
Pero eso sí, aunque ya te vea,
sé que sólo mis deseos te tocan…
Entonces, otra vez el hilo se corta
y regresa a mis ojos el centinela triste.