Cuando te digo “te extraño”, lo digo para que se vaya con el viento; me gusta creer que las palabras viajan a los oídos de quienes las deben escuchar. Sé que es cosa extraña el que te diga esto, pero cuando te hablo así, espero que no respondas.
Cada que se escapa de mi pecho un "me haces falta" es porque guardo un silencio, una extraña carencia, una bala entrópica encajada en un vacío que se detona como pólvora cuando pienso… [¿en qué?]
Si estoy aquí, es porque me falta alguien o algo y quiero gritarle al mundo lo mucho que lamento su ausencia, que no puedo más con ella, que me carcome los huesos del alma, que corroe lo que soy y me deja apenas desnuda. [me desvanezco al tacto. Carezco de mí.]
El porqué de lo que digo, quería que lo supieras; para que no te sigas fiando del remitente de mis lamentos. No: no eres tú. Tampoco eres ya el objeto de mi llanto. No pienso en ti cuando lamento lo que se ha ido y que parece no volver. Y sí; siento decírtelo, pero cuando te digo “te extraño”, en realidad me lo digo a mí.