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Foto del escritorPaola Iridee

El atrapasueños


(…)

-¿Y tú quién eres?- le preguntó Facundo, el cazador de sueños, a aquel tipo de vestir tan peculiar y pinta andariega, vagabunda, trovadora igual que la guitarra que llevaba puesta sobre la espalda, como flechas de cacería.

-Yo soy un liberasueños- respondió, sin voltearlo a ver más de dos segundos. Sacó de alguna parte, como de su guitarra, una flecha de madera tallada con preciosísimas figuras garigoleadas, sencillas, pero extraordinariamente bellas; la colocó en su arco, que de pronto apareció en su mano como si ese hubiese sido su lugar de siempre, y disparó con tino a algún lugar entre las ramas.

-¿Un liberasueños?- siguió Facundo, con el ceño fruncido, ese que se pone cuando se tiene poca credulidad ante algo.

-Sí. Un liberasueños, como yo, se encarga de liberar, bueno, pues… los sueños. De hecho, cada vez se necesita más gente para este trabajo, ¡es muy difícil! Los cazadores se volvieron tan hábiles en su trabajo, que ya ni siquiera se dan cuenta de que han atrapado más sueños. A veces atrapan más de los que necesitan, a veces los equivocados, o a menudo, las dos cosas al mismo tiempo.

-Yo soy un cazasueños- respondió Facundo, elevando un poco el tono de voz, medio soberbio, medio tajante. –el trabajo que se necesita es el mío, no el tuyo. Ni siquiera sé que es eso de liberasueños, es más, ¡ni siquiera creo que exista! ¡¿Quién en su sano juicio va a querer liberar sueños?! ¡sólo un loco! ¡Todos quieren sueños! Son como… ¡gallinas! Todos quieren gallinas para tener huevos- concluyó aceleradamente.

-Por cada atrapasueños o cazadores, hay un liberador, o así debería de ser. Siempre hemos existido, lo que pasa es que nos ocultamos; somos discretos porque la gente no comprende nuestra profesión y no nos quiere ni ver, piensan que les robamos. En realidad les hacemos un favor. Les aliviamos la carga, ¡esos sueños pesan mucho! …y como ya todo el mundo se volvió cazador de sueños -¡y muy buenos, por cierto!- bueno, pues… la gente tiende a echarse al hombro más sueños de los que puede cargar.

Facundo soltó una carcajada creciente, que empezó con una risilla entre dientes y terminó con la enorme boca abierta, como fauces de lobo. Lo que el liberador decía le causaba muchísima gracia, tanto que le hizo doblarse de la risa. Lo natural hubiera sido que el extraño se sintiera ofendido o apenado y se retirara del lugar con naturalidad o exasperación. En vez de eso, se paró derecho como un gendarme y se propuso a hablar con toda la seriedad que su aspecto desaliñado le quitaba:

-Tu gente ya no quiere los sueños para cultivarlos, los quiere para coleccionar. Eso es lo que son, todos son cazadores, y se supone que tendrían que ser también jardineros, o lo que les tocara ser por su sueño, para hacerlo crecer, pero no; en vez de eso, son coleccionistas, ¡qué dilema, cazadores y coleccionistas! …sólo eso. No tengo inconveniente con los que coleccionan fotos, o estampillas, o pelusas, eso no es de mi incumbencia, pero coleccionar sueños es como encarcelarlos, ¡es llevarlos directo a su muerte! Después de que los cazan, los llevan a la repisa junto con todos los demás sueños y los dejan morir ahí, por eso el mundo se está volviendo más gris; cada vez que un sueño muere, el mundo pierde un poco de color. No por el sueño en sí, sino porque cuando muere, deja un vacío irreparable en el corazón de su jardinero fracasado, del soñador, ¿me entiendes? Podrían liberar sus sueños, no todos claro, pero algunos… así podrían ocuparse de unos cuantos y hacerse buenos jardineros de esos pocos. La gente no entiende que sólo así podría crecer algo, prefieren tener por montones y acumularlos, dejarlos podrir en la repisa de su casa, junto a los otros. Están viendo que sus sueños se mueren y se niegan a liberarlos, ¡se niegan! Se pudren ellos y sus sueños y no se dan cuenta, se mueren, ¡se apagan! …poco a poco, junto a sus sueños, pero se siguen negando… Es increíble el afán de poseer que tiene el ser humano- concluyó, y le clavó los ojos verdes a los turquesa de él.

Facundo empezó a sentirse perplejo. Las palabras de aquel desconocido al que odiaba por naturaleza tenían un sentido extraordinario, y debería de odiar que lo tuvieran pero no lo odiaba; no podía hacerlo.

-Pero… la gente necesita sueñosa- dijo tímidamente, como quien da la última patada antes de ahogarse.

-También necesitan gallinas, ¡pero no tantas! ¿Sabes cuántas gallinas mueren al año sin que nadie coma de su carne o los huevos que ponen?

-No.- Musitó Facundo, parpadeando más de lo normal, a la par que miraba al suelo. –No lo sé.-

-Por eso eres cazador de sueños… Bueno, es que yo también lo soy, todos lo hemos sido y lo seguimos siendo, constantemente. Yo una vez cacé un sueño… el de liberarlos. Y bueno, resulté ser buen jardinero. ¿Tu sueño fue esclavizar sueños?

-No.

-Pues eso es lo que haces. Los usan como adornos, sin regarlos, sin alimentarlos, sin cuidar de ellos, hasta que finalmente ceden ante la muerte y el olvido que conlleva. ¿Te parece lindo? A mí me parece horrible. Es tan cómodo tratar de llenar vacíos con colecciones… sobre todo si se coleccionan sueños. Se tragan su vida, la de los sueños, para un respiro rápido, pero están demasiados inmersos en su adicción por ellos, en su “vida”, que no se dan cuenta de que podrían trabajar sólo en unos cuántos sueños y obtener de ellos aire para un buen rato, de cada uno, en vez de pasar la vida entera trabajando sin parar, en instantes de interminables sueños rotos. No te imaginas la cantidad de sueños que he visto esta semana en el desagüe...

Facundo se quedó en silencio. Quería decir algo, pero no se atrevía, o no se le ocurría qué decir. Hacía diez minutos que estaba haciendo su trabajo con la misma naturalidad de siempre, y ahora se sentía como un delincuente, como una escoria más para el pobre planeta; le acababa de quitar el sentido a su vida un extraño vestido con andrajos y hojas verdes atoradas en su cabello castaño enmarañado. ¿Cómo era posible? ¿Sería posible que tuviera razón? ¿Y si la tenía…?

-Pues entonces ¿qué hago?- preguntó por fin. –No puedo morir de hambre, tengo que cazar sueños, ¡eso es lo que hago!-

-Pues no tienes por qué dejarlo, sólo tienes que aprender también a liberarlos, aunque eso te contradiga a ti mismo, o eso creas. No temas, uno sólo existe contradiciéndose a sí mismo a cada rato, si no, no tendría sentido tu existencia; un extremo de la cuerda no puede existir sin el otro extremo. Si no estuvieran los dos, no habría cuerda.

-¿Qué quieres decir?

El extraño sonrió y clavó la mirada en el sueño, aún con una sonrisita en el rostro. Tomó de su espalda otra flecha.

-Vuélvete también un liberasueños- y le aventó la flecha, que Facundo cachó con precisión, sin quitarle la mirada al sujeto.

-Pero…

-Tu arco, lo forjas tú mismo. Te vendo un sueño; esta flecha es su semilla. También soy un cazador de sueños y mi trabajo como tal es ese, vender semillas. Convertirla en planta depende ya del soñador.

Al terminar de decirlo, se colgó de unas ramas cercanas con una agilidad de mono, y se perdió en el bosque, hasta volverse como una sombra. O como un espíritu.

Facundo tomó la flecha entre sus dedos y comenzó a examinarla. Su dedo índice recorría los grabados garigoleados, cuando se detuvo en un grabado diferente: eran letras. Entrecerró los ojos para ver con más precisión. Eran tres letras, y lo que decían, hizo que Facundo pelara los ojos y contuviera la respiración.

F.R.C.

No sólo eran sus iniciales las que estaban grabadas ahí, era su firma, su letra inconfundiblemente escrita por él mismo, y estaba en la flecha de un extraño que no había conocido jamás. Entonces se dio cuenta: el extraño nunca fue un extraño; era él mismo.


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