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Foto del escritorPaola Iridee

La vida de las arañas


Con todo esto de la inclusión, la liberación, la evolución, la "elevación de la conciencia", el altruismo, el feminismo, el animalismo, los revolucionarios chairos de clóset y los defensores del tofu (entre muchos otros "ciones" e "ismos"), vemos que medio mundo habla de los derechos de todos a todo y por lo que sea, pero nunca escuchamos a nadie hablar de los derechos de las arañas. Las pobrecitas fueron desterradas desde hace mucho tiempo de las bondades humanas del "¡ay, qué lindo!" y, hasta ahora, siguen siendo relegadas. Nadie las toma en cuenta. A nadie le importa un pito de hormiga si comen, si tienen frío, si una tormenta se llevó su telaraña y las dejó damnificadas, o si sufren de depresión.

Las arañas pueden pasar días, incluso semanas en el techo de tu cuarto sin haber comido más que un pobre gorgojo distraído o una mosquita frutera cansada de la vida, y nadie se inmuta. Ha de ser triste el hábito de las arañas. Siempre solas, cazadoras furtivas, ágiles y astutas; su inteligencia es proporcional a su timidez y les cuesta trabajo hacer amigos. Su naturaleza las lleva, irremediablemente, a ser ermitañas aunque no lo quieran. Pobrecitas. Su caso me recuerda al de las personas olvidadas por el mundo que no tienen familiares ni amigos, ni alma caritativa que rece por ellas, cuyos cadáveres son hallados post-podridos en su sillón favorito después de una o dos semanas, y sólo porque los vecinos se quejaron del olor.

Es curioso ver cómo el ser humano elige sólo a unas cuántas criaturas para ser "benévolo" con ellas. Ahí te encuentras a un montón de viejecitas que compran una telera extra sólo para alimentar a las palomas del parque, a los salvaperros que resguardan callejeritos y suben fotos a Facebook para encontrarles hogar -y, de paso, dejar en claro que ellos sí comprenden los secretos de la existencia porque son seres iluminados, reencarnaciones de Buda, Cristo, Krishna y todo lo purísimo junto-, y a los que hacen marchas para defender la vida de los conejos de labortorio -pero no la de las las ratas porque no son "¡ay, qué lindas!" (o sea, asca mil, we). Sí, hay muchos de esos, pero ¿cuándo has visto que alguien se compadezca de un arácnido esquinero que sólo busca un hogar? ¿Acaso hay alguien esparcido por el mundo que, al ver a su araña -compañera de cuarto- flaca y débil, diga: "¡ay, pobrecita! Iré a traerle un bicho para que coma"? No, ¿verdad? No hay nada de eso. Ni siquiera voltean a ver el cempasúchil que van a tirar a la basura en unas semanas para ver si hay algún artrópodo terrestre pequeño que pueda calmar el hambre de su compañera.

No se valora el trabajo que una araña puede estar dispuesta a hacer para crear una sana convivencia. Tú no lo sabes, pero esa araña tal vez querría hacer equipo contigo en el fin del mundo, salvarte de los estúpidos mosquitos o jugar tenis cuando no tienes algo mejor que hacer. Incluso podría dejar su amado recoveco en el techo y mudarse a un rincón en el suelo, debajo de algún mueble, para no causarte ansiedad por las noches y así ser un roomie ideal para ti. Pero no te importa, ¿verdad? Tú también eres de esos que no se ponen en sus zapatos -en ninguno de sus ocho.

Tal vez ellas -las arañas- estarían dispuestas a dar la vida por uno, defender el territorio mutuo contra las hordas de mosquitos veraniegos y hacer de camarero, pero no lo sabremos de cierto porque nos dan miedo los aliados. Es curioso cómo todo el mundo habla de lo importante que es tener conciencia, ser incluyente, abrir el corazón -más que el corazón, la boca- al sufrimiento específico de los mamíferos, el derecho a permanecer en el útero de los embriones -aunque ya no nos demos abasto-, la libertad del vecino de creerse una roca sedimentaria y demás curiosidades, pero no se hable nunca, en ningún lado, de la triste vida de las arañas olvidadas, que sólo existen cuando se aparecen en algún rincón, sorpresivamente, y encuentran su final ahogadas por el matabichos, en su derecho a no-ser aplastadas.

Supongo que tememos a la responsabilidad y a la diferencia; tanto, que hacemos lo posible por homogeneizar y dejar todo en la misma línea. No nos atrevemos a decir que es cierto que hay diferencias y que eso es justamente lo que hace posible que existamos. ¡Ah, pero mejor hay que guardar el secreto, no vaya a ser que nos linchen! A nadie le gustan los primeros que señalan la falla. Mejor quedémonos con las arañas, las tristes arañas que no tienen importancia en nuestro mundo, más que para lo negativo. Tal vez, algún día, todos terminemos como ellas, sentenciados a vivir de asfixia -por el matabichos- tras un "culpable por no existir conforme a la actual escala de valores".

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