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Foto del escritorPaola Iridee

Cascadas al viento


Me gusta saber que mi cabello no tiene forma. Sé que no luce arreglado, pero mi vida tampoco lo está. Es largo como mis pensamientos y sólo lo corto de vez en cuando, como hacen con las plantas cuando ya no pueden crecer. Y me gusta que caiga espeso y loco, y que se asomen mis orejas, como lo hace mi yo niña cuando, por curiosa, se me escapa un segundo para lamer al mundo.

No me invento peinados locos ni le hago lucecitas ni lo tiño de castaño-rojo-cobrizo para darle un tono que no tengo, y no lo hago porque el lienzo sobre el que se pinta la vida es negro, y teniéndolo así, ¿para qué habría de cambiarlo?

Me gusta llevarlo suelto porque toma la forma que quiere, por su constitución metamórfica y sus cambios imposibles, aunque sienta a veces que se me ensanchan las raíces por no quererlo cortar, y entonces empiece a notar el peso de mis ganas raídas, las puntas de mis sueños caídas a las que tengo que desenredar y levantar a cada rato.

Me gusta mi cabello, a pesar de todo eso: el despertar sin gracia en la mañana, el adn humano enredado en mi cabeza, el laberinto de neuronas... Siempre, siempre me ha gustado no tener forma. Justamente el no tenerla es la forma que me define. Y todo eso se refleja -¡estoy convencida!- en el cuerpo, específicamente en la comisura de los labios, o en las pupilas. Específicamente en la luna que cada quien trae en la cabeza; en el cabello que ondula con el viento, como si fuese marea. Me gusta sentir que los mares son míos, y que puedo conquistar cualquier cosa, excepto a mí -sólo puedo llevarme bien-, y es por eso, justo por eso, que me gusta dejarme el cabello suelto, como cascada al viento, rociando todo el que se posa abajo, a los lados, en medio: porque así saben, en tres segundos, lo que soy. No tengo que fingir goce ni llanto que no me nazca, porque en seguida, toda yo me delata, como se juzga al infiel, y entonces cedo a las verdades otra vez.

Me gusta mi cabello así: fuego cubierto por carbón, dejándose ver sólo en la luz. Me gusta porque denota mi alma, la fiereza de espíritu que me palpa y decide hacerme suya. Lo dejo libre el viento, a la intemperie, porque igual que yo, se enfrenta, y sobre todo, porque me recuerda lo que soy. Y me gusta.


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