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Foto del escritorPaola Iridee

Entretejido


Greta estaba sentada en uno de los cuartos de la cafetería más bonita de Calle Guanábana. Tenía puesta su mirada sobre un montón de papeluchos de distintos tamaños, concentrada como si estuviera leyendo a algún filósofo twittero al que no se le entiende nada. En realidad estaba leyendo cartas, cartas viejas que le recordaban a personas que ya no están, pero que podrían estarlo. Hacerlas volver a su vida sería tan fácil como mandar un mensaje de texto diciendo cualquier cosa, aludiendo al tiempo pasado, o a algún recuerdo forzado, surgido de entre las letras de esas viejas cartas, ella lo sabía bien, y por eso sonreía nostálgicamente sólo de vez en cuando.

-¿Qué haces?

-Leo mis cartas. Sólo les echo un vistazo...

-¿Para qué?

-Para recordar... Creo que le escribiré a algunas personas después de esto.

-Ya... ¿Y para qué quieres recordar tantas cosas? ¿Hablas aún con todos ellos, los de las cartas?

-No, en realidad. Algunos ni siquiera me interesan, pero las guardo.

-¿Y por qué no las quemas entonces?

-Tengo miedo de no soltar el papel cuando el fuego se acerque a mi mano; por eso prefiero no quemarlas.

-¿Entonces vas por ahí, acumulando amores sin cerrar nunca el ciclo con nadie, porque te da miedo que duela?

Greta se quedó callada. Sólo miró a Jael, como queriendo que retirara del aire la verdad que acaba de soltar sin eufemismos.

-Eso es cruel, Greta...

-Lo sé... pero ¿qué puedo hacer? Así soy.

Ella agachó la mirada y Jael se retiró, sin decir nada. Greta se quedó sentada en la silla de madera y junco, con las manos cruzadas sobre su regazo. Tomó la pluma que tenía al lado y el papel sobre el que estaba puesta, y empezó a anotar:

"Tengo miedo a no soltar el papel cuando el fuego se acerque a mi mano, por eso no quemo cartas..."


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