Yo la maté. ¿Por qué? Porque era bonita. ¿Por qué? Porque no la podía tener.
Sí, sí la maté. No en mi mente, sino en físico, aquí en este mundo en donde todos somos un puñado de tierra sin importancia, porque daba lo mismo. La aventé a las vías del metro, mientras llovía. El sol no podía ocultar que ese sería su último día.
Cuando llegamos a Tacuba, la saqué conmigo. Pensó que me había confundido. Agarré su teléfono y la empujé a la orilla; nunca voy a olvidar los ojos de terror con que me miró. Unos segundos después, estaba en el suelo, en las vías mojadas y sucias, y sólo alcanzó a tomar aire para un grito que nunca salió. Todos los vagones le pasaron encima, y antes de que reapareciera su figura, estaba muerta.
Le tomé una foto a su cuerpo con el celular que le quité antes de aventarla. Se la mandé a un tal “Eme punto corazón”. No me creyó, hasta que salió en las noticias. “Un loco avienta a joven a las vías del metro Tacuba”. Muchos especularon sobre la razón…
Algunos decían que nos conocíamos, que le guardaba resentimiento porque me rechazó. Otros decían que había sido un crimen pasional, que había tomado venganza por el engaño. La llamaron puta. Ojalá hubiera sido mi puta.
La verdad, me gustaban más sus versiones, las de la gente. Me hubiera gustado que la segunda fuera verdad, ¡la verdad es que yo la maté! ¿Por qué? Porque era bonita.