Sonrío porque, al fin, hoy amanece. Después de tener la claridad oculta entre un cúmulo de oscuras nubes, voces-carroña y pieles de hueso, siento cómo estos rayos que ahora llegan no son los mismos: estos alumbran y son cálidos como el sol que buscaba. A estos, yo los tomé.
El agua con que ayer se bañaron mis ojos ha desaparecido; se ha convertido en luz, y esa se escapa ahora por mis poros, alumbrando las calles que paso. Temí, es verdad, pero he vencido los temores. No han muerto –ellos nunca mueren-, pero los tengo sometidos.
Después de quedar cegada por crueles manos de amargas pieles, me las he quitado, he secádome los ojos; han quedado limpios. Y mi voz, tan desesperada y ronca, tan quebrada y quieta, se ha vuelto fuerte, fuerte para declamar nuevos versos en son de victoria.
Hoy es un nuevo día. A pesar de los malos pronósticos, del tiempo fiero y la naturaleza tempestuosa de la existencia, ha amanecido de nuevo. Y a este sol que ves reduciendo mis pupilas, yo me lo gané. Aunque la luz no admita conquistas, esta vez, es de verdad. Y mis heridas… qué más dan. Nunca se puede salir intacto de la guerra, pero se puede ganar –algo-.