Yo prefiero la estrategia de la que no puedo ir más allá de vislumbrar… algo que no pueda sino intuir con lo que nunca nadie toma en serio.
Lo que necesito es eso que cautive todos mis sentidos. Olores. Sonidos. Texturas. Todo mi tacto reconociendo que enfrente de mí hay otro cuerpo… un cuerpo distinto al mío.
Con ojos ciegos.
Con otra boca.
Con un cuello firme que se tensa cuando le paso la boca.
Con otros hombros, clavículas marcadas y salidas… un tórax diferente en el que hundir las manos, en el que punzar los dedos… Un suspiro exhalado desde Dios sabe qué planeta, a qué bendita distancia del propio…
Dios…
Seguro que si Dios existe, está presente en estos centímetros de piel que toco.
Joder.
Distintas crestas… distintos montes… mis manos.
Mis manos que están tocando este pecho hendido por la mitad y que está unido a aquello que repasa mis entrañas. El placer infinito de sentir que no existe nada más, y sentir todo con cada nervio. Cada punta tuya pegando en la envoltura del otro… haciéndose una.
Me recorrieron serpientes y tentáculos, músculo tenso, vivo, ávido de fuego…
Él reptaba: lo que quería era el fuego en mí. Y yo se lo di.