El estado puro del alma humana es/se refleja en la música. La Música es el arte primario, ése que traspasa las fronteras del entendimiento y las realidades subjetivas. No necesita de ningún juicio, sólo de los sentidos, y eso es justamente lo que cava la zanja –tan profunda- entre ella y el resto de las artes.
La música nació y creció sus primeras hojitas –podría apostarlo- por accidente. Seguramente el antepasado de uno de nuestros antepasados golpeó un cráneo con una vara, se emocionó al escuchar el sonido que él mismo estaba creando, y la ansiedad que le produjo se reflejó –una vez más- en el sonido: cada vez más constante, más rápido, más incesante. El ante-antepasado encontró en esa vara una manera de escupir su alma al mundo, de exteriorizar lo que pasaba en su interior. Se preguntarán entonces qué pasa con la Danza, si básicamente también surgió de manera natural y por pura necesidad interior. Mi postulado es el siguiente: si bien la Música y la Danza tienen a los sentidos, sentimientos y sensaciones como generadores en común, la manera en que se perciben es totalmente diferente.
Los seres humanos compartimos una misma anatomía, por lo que tenemos acceso prácticamente a los mismos movimientos que cualquier persona en pleno uso de su cuerpo pueda llevar a cabo. El lenguaje seguramente inició de persona a persona, con meras señas y uno que otro sonido primitivo que expresaba emoción o angustia, según si el interlocutor lograba o no captar el mensaje. Esto nos habla de que los movimientos, al cada quién tener un cuerpo propio, no significan lo mismo para todos; lo que se expresa con el cuerpo es más subjetivo.
No todos se han caído de la misma forma, ni tienen sexo en las mismas posiciones, ni hacen lo mismo cuando se asustan, se ríen, se emocionan, se enojan, estornudan, caminan, corren… El cuerpo expresa directamente la subjetividad, el universo del llamado artista (o receptáculo en que el Dios Arte deposita su esencia, en cuyo caso, nos estaríamos refiriendo al mismo sujeto: el artista). En cambio, el oído es diferente. El sonido que producen las pisadas de una manada es excitante, lo mismo que el ritmo de un corazón acelerado, una avalancha de rocas o los pies de un cazador corriendo tras su presa, que también corre, huye. Todos saben cómo se escucha una explosión, el crujir de una grieta que se abre; todos tienen un corazón que late con los mismos tonos constantes y graves, y saben que el rugido de un león o el aullido de un lobo representan peligro, o que el trino de los pájaros matutinos significa que no hay una amenaza mayor, y que ha amanecido una vez más.
Todos compartimos el mismo código básico de sonidos, pero no todos hemos visto ni sentido lo mismo, ni nos movemos de la misma forma. El cuerpo es una medida individual, ya que no existe fuera de uno mismo, pero los sonidos son externos. Uno no controla, a diferencia de su cuerpo, al resto del mundo, que grita su existencia. Puede que haya algunos patrones de concordancia entre los movimientos de una persona y otra, pero los sonidos son universales. Y he ahí la diferencia esencial entre estas artes: mientras la Danza expresa más subjetividad, la Música, por su naturaleza acústica, nos envuelve a todos con el mismo mundo del que provenimos. Por todo esto es que postulo que la Música es el arte primario, el primigenio, el único que es verdaderamente universal.
Que quede claro que lo que postulo es sólo una teoría, si no es que una simple hipótesis, surgida con parsimonia y naturalidad mientras me lavaba los dientes. Pueden tomarla o no, creer que tiene lógica o que es un disparate, o –en fin- hacer con ella lo que quieran; el chiste aquí es compartir nuestras reflexiones con el mundo, ¿no? Porque, después de todo, ¿no es así, uniendo pequeñas versiones de verdad, como se llegan a comprender las verdades más grandes/complejas del mundo?